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Mi vida inició el 18 de febrero de 1980, en la clínica de maternidad Rafael Calvo de Cartagena. Soy la menor y la única hija de Dalida y Juan, y tengo cuatro hermanos mayores. Hoy, con 44 años, puedo decir que mi vida ha estado llena de felicidad, desafíos, amor, pérdidas, cambios y aprendizajes.

Estudié Secretariado Ejecutivo en Sistemas y realicé varios cursos en el Sena. Tuve la oportunidad de trabajar en varios sectores y en cada experiencia puse toda mi pasión. Aunque no siempre fueron los ‘trabajos soñados’, aprendí que cuando haces las cosas con amor, todo se vuelve más sencillo y gratificante.

Soy madre soltera de Jesús David, mi único hijo, quien hoy tiene 14 años. Cuando tenía casi dos años de vida le diagnosticaron Autismo Atípico, y ese momento marcó un antes y un después. Fue un proceso doloroso y confuso, pues desconocía mucho sobre el autismo, y la aceptación fue difícil. En medio de esa incertidumbre, busqué refugio en Dios, encontrando en él la fortaleza y sabiduría que necesitaba. Aunque ha sido una experiencia desafiante, he aprendido a ser resiliente y a ver las adversidades como oportunidades de crecimiento.

La vida me ha dado golpes muy fuertes y eso mismo es lo que me ha ayudado a ser resiliente, estas y otras circunstancias más me han obligado a tener una vida muy diferente a otras personas, pero a la vez me atrevo a dar gracias, porque por esas adversidades comprendí cosas que no lograba entender. Muchas veces me he cuestionado cosas sobre el ser humano, la felicidad y el misterio de las relaciones de la vida.

Gracias al apoyo de personas valiosas y la guía de Dios, hemos logrado avances significativos con Jesús David. Ha sido una lucha llena de lágrimas y momentos difíciles, pero también de victorias que le han demostrado a la sociedad que podemos con esta lucha y este reto que un día conocí sin esperarlo. La vida me ha enseñado a priorizar, a ser responsable y a mantener mis valores y convicciones firmes, elementos claves e importantes que me han servido para seguir mi camino.

En plena pandemia, perdí mi empleo. Sin embargo, un día cualquiera una amiga me envió una oferta laboral en Mercy Corps, y tras pasar el proceso, llevo ya cuatro años y un mes trabajando en esta organización. Mi primera experiencia con el sector humanitario, aquí descubrí el valor de la empatía y el amor por los demás. Me he rodeado de personas maravillosas que han enriquecido mi vida y me han ayudado a ser mejor.

En Mercy Corps he tenido la oportunidad de vivir una experiencia completamente nueva. Aunque mi posición presenta desafíos, logré adaptarme y encontrar un equilibrio para gestionar mis responsabilidades tanto en el ámbito laboral como en el hogar. He trabajado con dedicación para demostrar que, siendo madre soltera de un hijo con una condición especial, puedo ser una pieza clave en la organización y, al mismo tiempo, sostener a mi familia con orgullo y compromiso.

Uno de mis logros y metas personales fue decidir separarme de mi pareja y descubrir que podía sostenerme por mí misma, manteniendo mi empleo y asegurando la estabilidad económica para mí y mi hijo. Este paso me llena de orgullo y satisfacción. Aunque muchas veces la sociedad parece esperar que una mujer deje de lado su identidad y sus sueños al convertirse en madre, he aprendido que es vital mantener los pies en la tierra y recordar que las mujeres también tenemos el derecho y la necesidad de ser nosotras mismas, de tener una identidad y de construir nuestro propio proyecto de vida.

Tomarme un momento para reflexionar sobre mi vida, me permitió reconocer el valor del amor propio, algo que ha impactado positivamente en mí, en mi hijo y en mi trabajo. Agradezco a Dios, a Mercy Corps y a mis jefes por su comprensión, motivación, enseñanzas, confianza y por cada oportunidad que me han brindado para crecer y avanzar. 

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