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Nací en 1991 en un asentamiento irregular de uno de los barrios más vulnerables de Medellín, en una época marcada por la violencia. A diario, presenciaba las duras realidades que enfrentaba mi familia y la comunidad. Veía cómo llegaban personas con madera, clavos y serruchos para construir las pequeñas, inestables e inseguras casas, que rápidamente habitaban.

Siendo niño, me hice amigo de los hijos de aquellas familias que llegaban de diferentes lugares a la pequeña comunidad donde yo vivía. En mi inocencia, muchas veces no comprendía por qué estos niños se expresaban diferente y tenían rasgos físicos diferentes, a los que yo normalmente conocía. Me tomó mucho tiempo comprender que estos niños y sus familias provenían de pueblos, ciudades, y en algunas ocasiones hasta de países diferentes, y que, por diferentes motivos se habían visto obligados abandonar la tierra en que vivían para buscar mejores oportunidades en otros lugares. Cuando tuve edad de comprender esto me asombraba enormemente que las personas fueran capaces de abandonar sus hogares y salir con rumbo desconocido, desconociendo que, igualmente yo pertenecía a ese grupo de personas, y que, de igual manera mis padres habían pasado por las mismas razones, las cuales nos tenían allí en ese lugar.

Muchas veces la violencia a través de los grupos armados, trató de ofrecernos una salida fácil a aquellas situaciones, pero dentro de mí sabía que las cosas podían hacerse diferente. Trabajé en mi niñez y adolescencia, buscando a través del rebusque y el comercio informal oportunidades que me pudieran servir a mí y a mí familia para mejorar nuestra situación.

Un día, en medio de una conversación, una psicóloga me sugirió la universidad, una idea que en ese entonces me parecía inalcanzable. La ayuda de esta persona no quedó solo en una idea, me ayudó a averiguar universidades, costos, papeleos y finalmente me recomendó para un trabajo de medio tiempo, y fue así como finalmente entré a la universidad.

Hoy en día, mi vida es completamente distinta a lo que era en aquel entonces. A menudo reflexiono sobre cómo la ayuda, aunque por pequeña que parezca, cambió radicalmente mi vida. Modifiqué mis conductas y creencias, abriéndome a un mundo de conocimientos que de niño apenas creía posible alcanzar.

Actualmente tengo un posgrado y soy coordinador de operaciones en Mercy Corps. Agradezco profundamente la oportunidad que la vida me dio de contribuir positivamente en la vida de muchas personas, especialmente en comunidades desfavorecidas. Me siento privilegiado con mi trabajo, ya que me permite ser voz para las minorías invisibilizadas y estoy convencido que, a través de programas como los de nuestra organización, podemos cambiar el futuro de las personas, tal como la ayuda que yo recibí en su momento. Cada acción, por pequeña que sea, puede contribuir a que un mundo mejor sea posible. 

Este camino me enseñó que el apoyo recibido puede marcar una diferencia enorme en la vida de alguien. Hoy, más que nunca, creo en el poder transformador de una mano extendida, de una oportunidad brindada, y de la esperanza que podemos sembrar en aquellos que más lo necesitan.



 

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